El guaperas de Sir Walter Raleigh, National Portrait Gallery. Link.
La Reina de Inglaterra era una mujer contradictoria. No era una mujer hermosa, ni mucho menos, pero vivía rodeada de amantes. Paradójicamente, a pesar de su promiscuidad, gustaba de recibir el título de “la Reina Virgen”. Otra particularidad suya era un temor enfermizo al imperio español y, por ello, una inclinación hacia todos aquellos que lo atacaban.
Un personaje que se incluye en ambas manías de la Reina, por amante suyo y enemigo del imperio español, fue Walter Raleigh.
Walter Raleigh era el típico caballero que lucía en la Corte. Elegante en el vestir, culto y con toques de poeta, podría parecer demasiado “blando” para un pirata, pero esos atributos le ayudaron a medrar en la Corte hasta alcanzar la cama de la Reina y conseguir sus favores.
Viendo los puertos bullendo gracias a los éxitos que estaban alcanzando algunos piratas, este cortesano nacido tierra adentro sintió volar su imaginación aventurera y concibió la quimera de alcanzar el mítico El Dorado.
Siendo aún joven conoció su primera experiencia de batalla en Francia, en un puesto de mando gracias a su origen noble. Posteriormente se lanzó contra el corso en el Canal de la Mancha, junto con su hermanastro Humprey Gilbert.
Pero, aunque lo tenía todo a su favor, su destino estaba reñido con el éxito.
En 1578 se lanzó a intentar capturar la española Flota de Indias. Pero reclutar a lo peor de lo peor de la sociedad para sus tripulaciones; asesinos, rufianes, ladrones y todo tipo de bellacos, no es el mejor inicio para una expedición. Esta “tropa” al mando de su hermanastro se apostó emboscada en las Azores a la espera de la flota española. Malas tripulaciones, malos mandos y malas tácticas llevaron a los piratas ingleses al desastre. A cañonazos, los españoles hundieron casi todos los barcos ingleses y se llevan por delante a quinientos piratas, que nunca volverían a Inglaterra.
Pero Inglaterra necesitaba héroes, y Raleigh daba buena imagen para ello, de modo que los Condes de Leicester lo apadrinaron en sus siguientes correrías. Si esto lo sumamos a sus habilidades en la cama de la Reina no extraña que llegara a ser ser “su ojito derecho”, el favorito de la Reina.
Sus habilidades sociales le consiguieron financiación para una segunda expedición para ir en pos de su sueño, El Dorado. Hoy sabemos que era una locura, pero en aquella época el mundo estaba lleno de leyendas y promesas de riquezas fantásticas. Cinco naves y doscientos sesenta marineros partieron en 1582. Como en el caso anterior, su tripulación eran lo peor entre lo peor. Y, como en el caso anterior, Raleigh tampoco se embarcó, y también acabo en desastre, tras sufrir una epidemia atroz y el remate de una tremenda galerna. En resumen, perdió cuatro de sus cinco barcos, salvándose solo uno con veinticuatro maltrechos marineros.
Debía de ser un portento en el dormitorio, porque siguió siendo el favorito de la reina Isabel, de modo que en 1584 le financió otra expedición hacia las costas americanas. Consiguieron arribar a ellas, concretamente a la isla que llamaron Roanoke, donde los nativos fueron hospitalarios, por lo que la expedición regresó hablando maravillas. Raleigh llamo a este territorio Virginia en honor a su reina.
Mientras, el Imperio español continuaba obsesionando a la Reina, obsesión que la llevó a planear, junto a Raleigh, la creación de una base desde la que hostigar al Imperio español en esos territorios.
Fiel a sus costumbres, Raleigh vuelve a quedarse en casa, y manda a otros a crear la “colonia”, no sea que otro caliente la regia cama. Y el elegido no fue otro que el Conde de Essex, que empezaba a abrirse paso a codazos en la corte.
Las tripulaciones seguían siendo escoria de los puertos, y como escoria se comportaron. A la altura de las Canarias se apoderaron de dos mercantes españoles que, por su naturaleza mercantil, carecían de posibilidades de defensa. Con ese botín, y como piratas que eran, abandonaron los planes originales de montar una colonia y se dirigieron a Marruecos a vender la mercancía humana como esclavos.
Después de esto cruzaron el Atlántico hasta la costa de Virginia, donde una rara fermentación de aventureros, colonos desesperados y soldados empezaba a afianzarse en el territorio. Pero este tipo de gente ya se había hecho notar (para mal) por los nativos. Los indios sitiaron el puesto creado de forma implacable, causando muchas bajas. El duro invierno y la falta de provisiones subsiguientes hicieron el resto. En esta situación, los supervivientes rogaron a los recién llegados que los devolvieran a Inglaterra. Pero siguiendo sus querencias piratas, los hombres de Raleigh abandonaron a aquellos pobres infelices a su suerte. Fue una expedición de Drake la que los salvo cuando los así abandonados se encontraban en el límite de su supervivencia. De este viaje no se sacó más beneficios que algunas cantidades de patatas y tabaco. Un nuevo fiasco.
Raleigh era un hombre muy tozudo, y no se dio por vencido, a pesar de no haber alcanzado más que una lista de fracasos. Montó una nueva expedición para colonizar Virginia que, a pesar de un inicio prometedor, terminó como las demás en un absoluto desastre con la terrible muerte de todos los colonos. Esto marcó el principio del fin de este “caballero aventurero” que nunca se embarcaba en sus propias expediciones. Su matrimonio con una dama de compañía de la Reina tampoco le ayudó a ganar precisamente el favor de Isabel.
Así, el Conde de Essex terminó ocupando su lugar en el dormitorio de la Reina, por lo que ya no pudo solicitar más su ayuda.
En 1595 organizó una importante expedición para explorar el Orinoco y llegar a la mítica El Dorado en la que creía a pies juntillas. Y esta vez sí consiguió, junto a sus hombres, asaltar la ciudad de San Jose y tomar prisionero a su gobernador, Antonio Berrio, otro firme convencido de la existencia de El Dorado, que los enardeció más aún con su obsesión. Nada más comenzar la exploración, Raleigh se dio cuenta de que no tenía capacidad para un objetivo tan ambicioso, así que tuvo que regresar a Inglaterra.
Frustrado por no haber conseguido ningún objetivo destacable intentó saquear la isla de Margarita, pero fue rechazado con bajas. Muy enojado por tantos fracasos lo volvió a intentar en Santiago de Caracas donde fue rechazado en la primera embestida, pero consiguió superar las defensas y hacer huir a la población a la selva tras un ataque por la retaguardia, guiado por un mulato del lugar. Sin embargo, a pesar de este éxito militar, no llego a obtener nada significativo que cargar en los barcos. Enfurecido, regresó a Inglaterra con las manos vacías una vez más.
La vida de este hombre dependía en gran medida de su cercanía a la Reina por lo que, cuando el Conde de Essex fue ejecutado, pudo volver a guarecerse bajo las regias faldas y su popularidad volvió a crecer. Pero a partir de 1604, con el tratado de paz entre Inglaterra y España, y con la publicación de la Real Cédula que ordenaba la ejecución de los piratas que se capturasen, sus perspectivas se oscurecieron. La muerte de la Reina Isabel en 1603 terminó de aniquilar sus aspiraciones de un plumazo.
Durante el nuevo reinado de Jacobo I sufrió cárcel y confiscación de todas sus propiedades, acusado de conspiración contra el Rey. Pero la labia de este hombre debía ser prodigiosa ya que estando preso consiguió convencer al propio Rey de que le financiara una expedición, ¿adónde?… sí, a El Dorado.
En 1616 la expedición consiguió partir, pero bajo las airadas protestas del embajador español Diego Sarmiento de Acuña, que les acusaba de piratería. Jacobo I tranquilizo al embajador afirmando que, si se realizaba alguna acción contra la corona española, haría encerrar a Raleigh.
La expedición salió de puerto con 17 naves y una tripulación de más de dos mil hombres, para variar, de la peor catadura, entre los que se encontraba su propio hijo. Nada más salir sufrió una tormenta y perdieron una de las naves. Como había estaba en vigor el tratado de paz entre España e Inglaterra pudo arribar hasta las Canarias y solicitar víveres. Camorristas y violentos, los marineros enfurecieron a los habitantes, que lucharon contra ellos, matando a varios. En el interín, uno de sus barcos desertó. Tras estos tropiezos consiguieron escapar de las islas, pero su mala suerte continuó al sufrir una terrible epidemia que provoco muchas muertes, incluyendo al propio Raleigh, que cayó enfermo, aunque logro recuperarse.
Siguió una calamitosa travesía que los llevó a la desembocadura del río Orinoco. Sin ningún reparo decidió asaltar la plaza de Santo Tomé con un ataque doble desde tierra y mar. Los 37 defensores españoles fueron muertos ante la superioridad numérica inglesa pero cobraron un alto precio en muertes inglesas; entre ellas, el hijo de Raleigh. Mucha pérdida para tan poco beneficio, ya que no encontraron tesoro alguno. Resentido, pegó fuego a la ciudad y persiguió a sus habitantes por la selva remontando el Orinoco. Pero los españoles emboscaron continuamente a los ingleses y los diezmaron, por lo que tuvieron que regresar a sus barcos. Doscientos cincuenta piratas, incluido el hijo de Raleigh habían muerto en el intento. El caos se apoderó de la expedición y, mientras Raleigh quería permanecer en la zona para emboscar la flota de la plata, varios de sus capitanes se opusieron y regresaron a Inglaterra. La flota, diezmada, iba de mal en peor, y al encontrarse con el capitán español Alonso de Contreras al mando de dos galeones, sufrió serios daños en sus barcos,aunque más ligeros, consiguieron escapar todos menos uno.
De una flota de diecisiete barcos ya solo le quedaban dos. Llegó a Inglaterra hundido y humillado, siendo arrestado nada más llegar a puerto. Fue juzgado y, curiosamente, acusado por sus propios hombres.
Condenado a la Torre de Londres, fue ejecutado el 29 de octubre de 1618.